BOTELLAS PERDIDAS EN EL MAR
2019

La vida apremia al joven soñador enamorado. Le refugia del temor a lo imposible, armándolo tan sólo con una pluma y una libreta que transforma en bitácora o confesionario diario del sueño y sus anhelos. Y ahí los amantes se vierten, se humedecen, se lamen y celebran la maravilla del encuentro. Ahí se salva de los amores secretos a los que las cuatro estaciones les transcurren, diarias, sin aviso, sin orden y sin amparo. La pasión y el deseo que como dos engranes, irremediablemente se ensamblan y hacen que el tiempo se detenga por un instante, tal como un clic que los mantiene en pausa para su deleite. Las revelaciones de mapas y tesoros mal olientes al miedo, que por última ruta de rescate mejor se escriben, porque se atragantan y nunca pudieron expresarse frente a la persona amada.
Estas botellas perdidas son íntimos textos liberados por un joven soñador que va desenmarañando los entuertos, la dolorosa sinceridad de las bofetadas que recibe el iluso peregrino por asumir su fragilidad, por emancipar las líneas, que, de no hacerlo, acabarían confinadas al archivo muerto, extraviadas quizás dentro de alguna caja perdida en una mudanza.
Cuando alguien asume su condena a la maravillosa profesión de enamorado, no encuentra la forma de detener sus manos que lo mismo escriben homenajes a la desolación o a la nostalgia, que encender el interruptor de la hoguera íntima de una mujer idolatrada. Confiarnos las vivencias, parte prodigios, parte frustraciones, para leerse con música de fondo. Para lanzar las redes en el profundo mar de sí mismo y reconocer la pesca. Para celebrar el roce de unos labios y el perfume de la belleza, el cotidiano joven soñador que transita solo, saboreando el deseo, silbando su nostalgia, caminando calle abajo mientras se pierde entre toda la gente, soñando arriba.
Gerardo Pablo
Septiembre,
2019